PLAGAS

ENFERMO EN CAMA_PINTURA

En el correr de la humanidad, diferentes y serias crisis de enfermedad se han sufrido.  Le llamamos plagas, esas calamidades que afligen a los pueblos.  Estas son contagiosas, comienzan con uno y contaminan al cercano.  Luego los cercanos transmiten el mal hasta los lejanos.  Muchos tratan de huir, pero muchas veces van contaminados y a donde llegan esparcen el mal.

Así ha sido con la lepra, las viruelas, la tuberculosis y la influenza… y el S.I.D.A.  Hay dos males modernos excesivamente peligrosos, el cáncer y el Sida.  En los casos de cáncer las víctimas son sorprendidas muchas veces, cuando la situación está demasiado avanzada.  Esta se muestra casi sin síntomas hasta muy tarde.  Ese crecimiento desmedido de células, que es lo que es el cáncer, hasta formar esas metástasis.  Entonces la vía linfática y/o sanguínea, continúan su funesto trabajo, esto no por contagio.

Pero sabemos que los casos de Sida, no los traen “Los Reyes” o Santa Clauss.  A menos que ocurra una transfusión de sangre por unas manos irresponsables de un profesional de la salud, no revisada científicamente, un sida es contraído por la irresponsabilidad de alguien al contactar sexualmente personas con este mal.  Sólo en algunos casos por usar vasos recién usados por alguien enfermo de esto, pues el virus fuera del cuerpo muere rápido y desaparece el riesgo de contagio del envase.

Así que el que se contamina con el sida es mayormente el que camina en esa dirección irresponsable.  Anda en el sexo promiscuo, la práctica homosexual masculina, e inyectarse con agujas infectadas.  Es un riesgo voluntario que se toman.  Natural mente que el sexo es sólo para practicarse responsable y cuidadosamente dentro del matrimonio, con una pareja cuidadosamente seleccionada, más seguro en oración a Dios.  Es Él quien da la adecuada pareja.  De otro modo los tales quedan contaminados, enfermos, avergonzados demostrando en qué andaban, cuáles eran sus caninos y prácticas.

Lo cierto es que una vez la lepra fue símbolo del pecado.  Hoy es el sida, mañana será otro mal que aparecerá seguramente, “cuando ya el mundo se sienta más seguro al otro lado del sida.”  Pero los que está seguros desde ya son los que han tomado el canino de Jesucristo.  Hay buenas costumbres en ellos.  Si fueran atacados por algún infortunio, Jesús es su Sanador, y si muere, Él es su Resucitador a una vida eterna con Él y los suyos.

LEPRA

¡Qué hermoso es sentirse bien!  Es estar óptimo con rostro brillante que lanza al exterior el gozo del espíritu.  El cuerpo exhibe su alma feliz.  Pero cuando la enfermedad mina el interior, el cuadro es contrario y diferente.  La sonrisa se convierte en una mueca. Los ojos se cierran, el cuerpo se arquea.  Sólo se quiere la cama y el alejarse a la soledad.

Hay enfermedades y enfermedades.  Hoy podemos mencionar el sida como un gigante aislador y asesino.  En el pasado, la lepra.  Aunque son diferentes, pues en el sida, el candidato ofrece las oportunidades de contraerla o contagiarse “voluntariamente” en la búsqueda de experiencias sexuales extramaritales.  No es así con la lepra, si se siguen las particulares y explícitas reglas de asepsia al bregar con éstos pacientes.  En La Biblia se ofrecen reglas minuciosas de cómo atender a éstos.

La lepra prácticamente “grita”, con sus manchas, tubérculos, ulceraciones y expresiones de dolor de parte del que las sufre.  Se requiere que éstos se alejen se, aíslen, para evitar contagios.  Las llagas en carne viva, son signos destacados de que hay que mantenerse lejos, de esos, que muchas veces son familiares y amigos.  Por eso el leproso tiene que abandonar el hogar y reunirse con otros leprosos como él o ella.  Allí dependerá de lo que se le ofrezca y de aquellos que de lejos le ayuden.  Así recibe su alimento, agua, gestos de amabilidad y simpatía, de los que de alguna manera se mantienen en contacto.  En el pasado había tantos que quedaban en el olvido.

Una de las enseñanzas que desprendemos de esto, es que la lepra produce separación.  Algunos se sanan y regresan a la comunión y vida de la familia.  Otros mueren en la distancia en esa separación.

Exactamente así es el pecado.  Nos daña, nos enferma, quedamos aislados de la comunión de Dios y de los nuestros que tanto amamos.  Pero al pecado entramos voluntariamente.  Entonces quedamos entrampados.  No obstante en esa condición, hay solución.  Dios nos invita a arrepentirnos, a confesar, para ser perdonados y regresar a la comunión de Dios y de los demás nuestros.  La bola queda en la cancha de tal pecador de cambiar de posición.  Si no lo hace, quedará separado para siempre de Dios y de los suyos.