Fragancia y brillo

Esta historia es de la lejana China, hace muchos años.  Allí está su emperador.  Tiene un serio problema que atañe a su pueblo.  Pero su gente lo considera grande y poderoso para resolver todos sus problemas por sí mismo.  El caso es que su rey necesitaba un sabio consejo urgentemente.  Entonces sus asesores le refirieron el nombre de alguien que podía ayudarle.  Lo trajeron de noche y se reunieron.  El emperador recibió su sabio consejo y aquel hombre abandonó la escena.

Al otro día por la mañana este se encontró con alguien y al saludarle estrecha y cercanamente, notó algo; entonces le dijo: “tu estuviste con el emperador”.  Aquel hombre se negó a aceptarlo, según instrucciones recibidas en el palacio.  Pero su interlocutor le respondió: “aunque me lo niegues yo sé que estuviste con él, pues su fragancia te delata”.

Se dice que quien hurta una china mandarina y se la come, mondándola con sus manos y se le acusa de habérsela robado y lo niega puede ir preso.  Su olor se tan fuerte y preciso que lo delata. 

Jamás un creyente puede negar la comunión del Señor; su fragancia estará en El, hablará como El caminará con El.  Pero hay una cosa interesante con respecto a esto, surge espontáneamente.  Todos lo notarán y allí comienza nuestro testimonio silente.  Cuando Moisés bajo del monte Sinaí, donde recibió las tablas de la ley de las manos de Dios, su rostro resplandecía como un sol… pero, él no lo sabía.  Dios testificaba por él.