Mencionar mañana es pensar en la primera parte del día. Es cuando el sol es más benigno, la hora en que se ve el rocío sobre las hojas y las flores. Cuando se siente el aire fresco. El momento óptimo cuando estamos descansados y con mejor actitud para enfrentar las tareas de un nuevo día.
Pero, cuando nos referimos al día que viene próximo a cuando acabe este que estamos viviendo, es otra cosa, estamos hablando de futuro. ¡Mencionémoslo delante de uno que será ejecutado mañana! A menos que haya puesto sus cosas en orden con Dios, le huele a horror. Pero, no son sólo los que morirán mañana por la oficial justicia. Hay otros que morirán mañana y no lo saben hoy. No obstante de sólo pensarlo si fuese a ocurrir, se ponen en su mente muy inquietos. Porque no viven hoy con la seguridad de aquellos que son hijos de Dios. Estos viven con responsabilidad hoy y con seguridad de que si mañana fuere el último día de su vida en esta tierra, se sienten seguros. Aún más anhelantes, si supieran que mañana será el día que sellarán su salvación y se realice lo que hoy es esperanza.
Entre tanto llega ese mañana, éstos viven en el disfrute de su hoy. Meditan en su Dios y se ponen al servicio de los que le rodean, sabiendo que su recompensa está cerca y segura. Pero, no sólo la recompensa como premio, si no la vida misma. Esa eterna en la ciudad de luz. No de mirar cada día el sol y la luna en su cansona rutina. Será mirar al iluminador Dios que nos creó y nos prometió una eternidad perfecta en su presencia.
Es por esto que vivimos cada día en seguridad, de ese mañana esplendoroso. Porque en ese seguro mañana veremos su gloria eterna. Cuando estemos en ese mañana, viviremos cada día sin mañana. ¡Qué hermoso que mañana será ese mañana… O ¿qué tal si este hoy se hace mañana?