Con frecuencia vemos por televisión escenas como un león destrozando a un ser humano o un fuego que cubre a alguien y lo convierte en antorcha. Otras veces es una jauría que se lanza sobre alguien. El cine a veces muestra cómo se arranca la piel con garfios, la aplicación de plomo derretido, caliente naturalmente, esto en partes muy sensibles del cuerpo. En ocasiones someten a los espectadores a ver cómo se le vacían los ojos a una persona o se le abrazan las manos y los pies, mientras se le echa agua fría para prolongar la agonía.
La lista parece larga y de seguro es más abundante, aparte que el libretista produce un intervenir, lo hospitaliza, lo someten a varias cirugías y luego vemos que la persona quedo casi normal como si nada hubiese ocurrido. Esto que les describo, si es en cine, sabemos que estas personas no sufrieron nada. En otros casos, aunque son de la vida real, a las personas les fue más o menos bien con las anestesias, buenas hospitalizaciones y buenos cuidados médicos.
Pero la realidad es que este listado pertenece a Nerón y otros emperadores romanos que hicieron estas cosas como actos públicos para distraerse personalmente ellos y su corte, todo contra los primeros cristianos.
En medio del dolor, muchísimas de estas victimas alzaron sus voces y cantaron himnos. Recibieron las bienaventuranza del Señor que Jesús pronunciara en el Sermón del Monte, “bienaventurados los que padecen persecución, cuando por mi causa les digan toda clase de mal, mintiendo. “ ¡Gozaos!